Thursday, July 17, 2014

Preciosa Promesa

El Peñol, Colombia (Google Images)
Es difícil leer algunas partes del Antiguo Testamento sin deprimirse, especialmente cuando se nos suministran todos los gloriosos detalles, ¡en vivo y a color! La visión de un mundo girando en una espiral fuera de control hacia la destrucción es vivida. Entonces, de repente, en medio de toda esa oscuridad vienen versículos como estos:

"...así también el Señor Todopoderoso descenderá para combatir sobre el monte Sión, sobre su cumbre...la protegerá y la librará, la defenderá y la rescatará...La justicia morará en el desierto,y en el campo fértil habitará la rectitud...Aunque el granizo arrase con el bosque y la cuidad sea completamente allanada...Exaltado es el Señor porque mora en las alturas, y llena a Sión de justicia y rectitud. Él será la seguridad de tus tiempos, te dará en abundancia salvacíon, sabiduría y conocimiento; el temor del Señor será tu tesoro...Ese tal morará en las alturas; tendrá como refugio una fortaleza de rocas, se le proveerá de pan, y no faltará el agua...Ningún habitante dirá: 'Estoy enfermo'; y se perdonará la iniquidad del pueblo que allí habita". (Isaías 31:4, 5; 32:16, 19-20; 33:5, 6, 16, 24)

El pueblo de Dios continuará mientras el mundo gira en espiral hacia su destrucción. El pueblo de Dios vive con la callada confianza de que el Dios Todopoderoso protegerá y proveerá: que la máxima bendición de restauración eterna jamás podrá ser arrancada, robada, destruida o mutilada. El Reino de Cristo, Su exaltación, y nuestra redención, están serguros.

En un mundo donde reina la inseguridad, es un enorme consuelo para el creyente tener a Dios como su fortaleza. Donde hay poca paz, es consolador estar en convivencia con el Espíritu de paz. En un mar de maldad, el creyente se convierte en una isla de justicia y rectitud donde otros pueden encontrar un puerto seguro.

Las promesas de Dios, que se encuentran en Isaías, resaltan en las páginas, porque son diamantes raros salidos de la tierra negra de la reciminación. Dios siempre penetra, abre el agujero de nuestra desesperación y deja entrar la luz. Él baja la escalera hasta nuestro foso y nos invita a reunirnos con Él en la superficie celestial. Allí siempre hay esperanza.


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